Los 7 principales agrotóxicos que envenenan nuestra salud y ambiente.

Glifosato, Atrazina, 2.4D, Endosulfán, Glufosinatio de Amonio, Paraquat, Dicamba. La siguiente lista fue presentada en el «Atlas del agronegocio transgénico» un informe que aborda el modelo que se impuso en el Cono Sur, recuperando los impactos ambientales y socio-sanitarios que ha tenido en cada uno de los países de la denominada “República Unida de la Soja”.

GLIFOSATO. Es el herbicida más utilizado del mundo y fue calificado en 2015 por la máxima autoridad mundial de estudio del cáncer (Agencia Internacional para la Investigación sobre el Cáncer, de la Organización Mundial de la Salud) como “probable cancerígeno para los seres humanos”, categorizado en el “Grupo 2A” (segundo en una escala de 1 a 5). La IARC-OMS confirmó que el herbicida “causa daño del ADN y en los cromosomas en las células humanas”18: tiene relación directa con el cáncer y las malformaciones. La función agronómica del glifosato es matar todas las plantas que no hayan sido modificadas genéticamente para resistir sus moléculas. Es utilizado en numerosos cultivos, pero sobre todo en cultivos transgénicos de soja, maíz, algodón y caña de azúcar. La empresa Monsanto (hoy Bayer), lo publicitaba como “inocuo” y “degradable” al momento de entrar en contacto con la tierra.

Existen cientos de investigaciones científicas que lo vinculan con algunos tipos de cáncer, especialmente con el linfoma No Hodgkin (ver “Cáncer, daño genético y juicios”, p. 42). En este aspecto, son fundamentales las realizadas por el científico Andrés Carrasco, que señalan al glifosato como causante de abortos y malformaciones en nacimientos, tras comprobar su embriotoxicidad en anfibios.

ATRAZINA. Es un herbicida muy utilizado en el agronegocio, principalmente en maíz, pero también en soja. Su productor principal es la empresa suiza Syngenta. Diversos estudios científicos afirman que es un “disruptor endócrino”, sustancia química capaz de alterar el equilibrio hormonal actuando a dosis muy bajas, lo que provoca reacciones bioquímicas descontroladas, especialmente en el desarrollo embrionario.

2,4D. El 2,4D (ácido 2,4-diclorofenoxiacético) comenzó a utilizarse en 1945 para el control de plantas no deseadas (“malezas”, según el lenguaje técnico agrario). Luego del glifosato, es el herbicida más utilizado de Argentina. Se emplea en cultivos de trigo, cebada, centeno, avena, maíz, sorgo, papa, caña de azúcar y arroz, entre otros. No se usa sobre la soja (la mata), pero sí en el llamado “barbecho químico”, para eliminar con venenos las malezas antes de la siembra. La Agencia Internacional para la Investigación sobre Cáncer (IARC) de la Organización Mundial de la Salud (OMS) alertó que el herbicida es “posiblemente cancerígeno”. El agrotóxico se emplea, entre otros usos, en la fase previa a la siembra de soja y maíz transgénicos. El 2,4D es comercializado por Dow Agrosciences, Nidera y Bayer-Monsanto, entre otras empresas. “Hay fuertes indicios de que induce estrés oxidativo, un mecanismo que puede funcionar en los seres humanos y existe evidencia moderada de que causa inmunosupresión”19, detalla el informe del IARC-OMS, fechado en junio de 2015.

ENDOSULFAN. Insecticida de gran uso en la actividad agropecuaria. Las empresas del sector siempre defendieron su uso, negaron cualquier efecto secundario y, sobre todo, acusaron de alarmistas a las organizaciones sociales por las denuncias contra el tóxico. De forma sorpresiva, el mayor golpe contra el endosulfán provino desde el corazón de los agronegocios: la multinacional Bayer anunció en 2009 que lo retiraba del mercado. Fue un reconocimiento implícito de las numerosas denuncias y estudios que vinculan al químico con afectaciones al sistema nervioso, al sistema inmunológico, su acción disruptora endocrina y su efecto cancerígeno. A pesar de estar prohibido su uso en numero- sos países, aún se consigue en el mercado y se utiliza en el agro.

PARAQUAT. Es un herbicida no selectivo que es utilizado para controlar un amplio espectro de plantas silvestres. El principio activo fue sintetizado a principios de la década de 1960 por la empresa Syngenta. Se utiliza en numerosos cultivos, desde frutales, yerba mate y caña de azúcar hasta maíz y soja. Sus efectos crónicos incluyen el mal de Parkinson, cáncer de piel, edema pulmonar, insuficiencia pulmonar, hepática y renal. Es una sustancia de “alta persistencia en suelos” con un promedio de permanencia que supera los 1.000 días.

GLUFOSINATO DE AMONIO. El herbicida es impulsado por la industria química, como un reemplazo del glifosato, para controlar las malezas resistentes. Incrementa los niveles de amonio en las plantas y les causa la muerte rápidamente. Ya se aprobaron (en Estados Unidos, Brasil y Argentina) semillas transgénicas de soja y maíz resistentes al herbicida. Entre las empresas que lo producen figuran Bayer-Monsanto, Syngenta y Dow AgroSciences.

DICAMBA. Es otro de los herbicidas impulsados a partir de la aparición de malezas resistentes al glifosato. Tiene una alta deriva (volatilidad), por lo que ha afectado a millones de hectáreas de otros cultivos no transgénicos, aledaños a los cultivos transgénicos, produciendo importantes pérdidas económicas (y de salud) a los agricultores afectados. Entre las empresas productoras están Bayer-Monsanto, Basf y Dow-Dupont.


Si quieres acceder al «Atlas del agronegocio transgénico en el Cono Sur» puedes leerlo y descargarlo AQUI.

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